miércoles, 4 de noviembre de 2009

MINUCIAS EN LA VIDA

Un día de muertos
Genaro Aguirre Aguilar

Sabrá Dios cuántos años tenía sin pisar un cementerio, particularmente un día dos de noviembre. Provengo de una familia que tiene una particular forma de recordar a sus muertos, en donde no nunca ha habido la tradición de montar ofrendas como tampoco reunirnos en casa para visitar juntos a los muertos. Acaso algunas veladoras encendidas se acompañan de un manojo de flores colocadas en algún rincón visible del hogar familiar.
Así que en esta ocasión que visité a mis suegros, me di la oportunidad para acompañar a mi esposa y su familia al lugar donde descansa un sobrino que vivió con nosotros y un queridísimo cuñado recién fallecido. La distancia y lo distinto se hizo presente apenas descendíamos por el camino de terracería que llevaba hasta el corazón del “campo santo”. La música que asaltaba la atmósfera sombría de esa mañana nublada, causó asombro, especialmente porque venía de una carpa donde cuatro mesas y un letrero hecho a mano, aclaraba: “Pidiendo y pagando”. Era expendio de cervezas y botanas.
No es de sorprender, pues sabemos lo sincrético de una celebración como esta, algo que a propios y extraños siempre termina por maravillar. Llegados al sitio, allí cabizbajo estaba un amigo del sobrino, quien junto a su novia a penas nos vio, se puso de pie para sonreír y estrecharnos las manos. Al fondo, una voz se dejaba sentir melancólica, mientras más allá un acordeón, una guitarra y un contrabajo, eran comparsa de un lamento lírico.
Poco a poco, lo sombrío de la mañana dejó paso a una llovizna que hizo algunos se guarecieran bajo un árbol, mientras otros sacaban sus sombrillas o buscaban donde cubrirse de aquel “llanto divino”. Allí ellos, acá nosotros quienes les recordamos con cariño y aprecio, dando a este día un color especial que pretende hacerles llegar a donde se encuentren, no sólo recuerdos, también el calor y la emoción que nos embriaga.
Dos horas después y para darle la vuelta a la lluvia, nos retiramos mientras otros parientes iban llegando.

3 comentarios:

  1. Fragmento de "Laberinto de la Soledad"
    de Octavio Paz

    Para el habitante de Nueva York, París o Londres, la muerte es la palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente. Cierto, en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de los otros; mas al menos no se esconde ni la esconde; la contempla cara a cara con impaciencia, desdén o ironía: "si me han de matar mañana, que me maten de una vez"

    La indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida. El mexicano no solamente se postula la intranscendencia del morir, sino del vivir.

    Algo similar sucede con nuestro fútbol.. El mexicano puede estar con sus casas inundadas, bolsillos vacios, aumento de impuestos a la vuelta de la esquina, derecha extrema en el gobierno, etc, etc.. sin embargo, de cierta forma se nubla ese lado oscuro de la vida con unos instantes de alegría extraída de un simple juego de pelota... pero esa es otra historia jaja

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  2. estoy totalmente de acuerdo con Lalo asi es el mexicano con su pensamiento y sentimiento ante la vida y burlando la muerte en parte
    por ese lado me da gusto ser mexicana ya que las tradiciones y festejos nos llevan mas alla de los problemas creo que si vemos el vaso medio lleno y no medio vacio es mejor

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  3. Con interés he leído el comentario de Lalo, efectivamente, somos una cultura de la consagración profana hacia quien en muchas culturas es el icono o la representación del miedo y la desesperanza

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