Una de las dificultades a las que se enfrente un estudianta que quiere plantear un objeto de estudio está relacionada con el abordaje teórico. Esto porque muchas veces,quienes cursan sus estudios de licenciatura o maestría (sin que necesariamente se excluya a algunos estudiantes de doctorado, siento yo), poco dimensionan la necesidad de desarrollar hábitos de lectura que les permitan un acercamiento teórico a sus objetos de estudio.
De allí que sea necesario comenzar a generar algún tipo de estrategia para que las nuevas generaciones de estudiantes se den la oportunidad de acercarse al mundo contemporáneo desde miradas disciplinarias, que si bien no renuncian a un abordaje escrito, también den cabida a otro tipo de opciones informativas; después de todo, si algo caracteriza a estos tiempos es precisamente la forma en que vivimos días de deslocalización de los lugares desde dónde se posibilita un aprendizaje.
Al respecto, no son pocos los autores que vienen señalando la necesidad reconocer los nuevos estadios por donde pasa el conocimiento. A tal grado, que hablan de la pertinencia para que los académicos nos atrevamos a desmarcarnos de nuestras certezas y reconozcamos que la letra impresa ha dejado de ser la única privilegiada para recrear o nombrar al mundo. De la misma forma, hoy se asegura que es necesario recuperar el aprendizaje oral y visual como para acompañar a las nuevas generaciones en una experiencia educativa multimodal. Es decir, no sólo es el aula el contexto para vivir aprendizajes significativos, también pueden ser otros escenarios o dispositivos provistos por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.
En este punto, creo razonable regresar al inicio de estas reflexiones como anclar en algunas perspectivas supuestos que pueden estar definiendo la gestión educativa en estos tiempos cuando las TICs se promueven como recursos para potenciar los saberes institucionales además de aquellos otros que en la vida cotidiana construimos. Cómo comprender esa incorporación si no aceptamos que hay un transito cognitivo promovido por tales dispositivos, los cuales convertidos en plataformas creativas, pueden complementar o dar mayor solidez al proceso de enseñanza-aprendizaje que se planea y decide desde la institución educativa formal.
Así, si bien autores como Bourdieu y Foucault en su momento cuestionaron la manera en que la educación como institución del estado reproduce distintos tipos de violencia al pensarse desde el disciplinamiento de las libertades del hombre, hoy es posible recuperar algunas de sus tesis pero ponderando algunas de sus propuestas, sin dejar de mencionar la necesidad de observar lo educativo desde una mirada global que se reconcilie también con lo local. Atreverse a construir maneras de explicación o entendimientos acorde a los escenarios o contextos educativos en los que nos movemos, hoy día es necesario. No se está en desacuerdo con sus tesis, pero siempre será oportuno hacer un anclaje en el presente y ciertas circunstancias, para lo cual la mirada crítica que promueven le de cobijo al pensamiento en nuestro presente.
Después de todo, como sujetos sociales, en la medida que participamos de y en una sociedad, hay un orden de vida que administra nuestras prácticas, define las maneras en que nos relacionamos y posibilitamos nuestros hábitos. Es verdad entonces que hay un mundo que nos vigila, disciplina y sanciona; por lo que con otras palabras, como institución la escuela es un espacio discursivo para la legitimación, la vigilancia, la sanción y la disciplina. Esto lo recuperamos de los autores mencionados, como también la necesidad de adecuar sus premisas a cada circunstancia.
En esta búsqueda de entendimientos, también puede ser oportuno recuperar a autores como Habermas o Derridá. El primero por la importancia que le concede a la acción comunicativa, mientras que el segundo por la propuesta deconstructivista desde la que podemos repensar lo educativo. Con miradas críticas desde perspectivas distintas, siento que ambos autores promueven un punto de inflexión académico donde el pensamiento reflexivo tiene cabida. Habernas apuesta por una educación democrática, para lo cual el espacio escolar institucionalizado debe ser un espacio dialógico, donde la interacción entre los agentes educativos hagan significativos sus encuentros. O sea, actos de reconocimiento que generen encuentros cobijados por una moral social donde la ética, la comunicación y lo educativo devengan procesos de ecología humana. En tanto, Derridá promueve una actitud crítica, de constante cuestionamiento desde el propio seno educativo, tras plantear que la escuela administra y controla, por lo que se debe promover una actitud entre los sujetos educativos que cuestione y desmonte los discursos que la caracterizan como institución.
He aquí un planteamiento interesante si se piensa que cuando se quiere realizar una investigación, el interesado por lo menos debe aprender a leer los escenarios, a ubicar en contextos específicos sus problemas, por lo tanto, aprender a desarrollar una mirada crítica, reflexiva, sin abandonar lo atrevido como para interpelar sus propias certezas, a cuestionar lo que sabe y ha aprendido como para comenzar a navegar en los mares de la incertidumbre propia de quien desea ensanchar sus conocimientos.
En cualquiera de los casos, si queremos entender parte del fenómeno educativo, me parece razonable acompañarse de autores que han venido diciendo cosas en torno a la educación, sus contextos, sus agentes, sus propias doxas. Es decir, indagar en los imaginarios, las representaciones o las mismas concepciones que como estudiante formado académicamente tiene, como para comenzar a vivir una experiencia de ruptura epistémica que lo coloque en los umbrales de su propia reinvención. Aquí sí, aprovechar lo que sabe formalmente como aquello otro que ha recogido a través de su andar y navegar en otros ámbitos de la vida cotidiana, donde las tecnologías pueden ser un referente significativo.