jueves, 10 de junio de 2010

De lo difícil que es pensarse en red

Una de las preocupaciones que tenemos quienes solemos emplear el trabajo cooperativo en el aula como estrategia para alcanzar metas compartidas además de la promoción de una serie de valores, sabemos lo difícil que resulta en un contexto como el actual, convencer a los estudiantes para que dimensionen la importancia de construir un espacio colaborativo común, donde los grupos de trabajo sean nodos articuladores de una trama educativa capaz de detonar experiencias pragmáticas como cognitivas.

Lo difícil para alcanzar a construir un sentido de pertinencia alrededor de esto no es gratuito, pues al ver las formas en que ciertos discursos legitimadores de la vida contemporánea se puede reconocer el énfasis en un individualismo competente muchas veces mal visto, algo que resulta poco funcional en tiempos cuando la literatura asegura que cuando mejor se establezcan redes de colaboración, mejor se proveerá de recursos o medios para acceder a un conocimiento más elaborado. Si bien en estos argumentos los sujetos de la reflexión son los estudiantes, qué pasa cuando de pronto los profesores también vivimos experiencias que dificultan no sólo reconocernos sino también pensarnos como una red de colaboración protocolizada.

Si en el terreno de las reformas educativas se observa el modelaje de una nueva cultura colaborativa para innovar muchos de los procesos académicos, pareciera a muchos profesores nos cuesta trabajo imaginar como posible hacer nuestros algunos de los postulados que vertebran o están en el corazón epistémico, teórico, metodológico o técnico de las políticas para la gestión y la innovación de la educación. Si en el discurso teórico se habla de sociedad de la información, del conocimiento o de sociedad red, pareciera en los espacios educativos como en las agendas o en los itinerarios personales docentes, hace falta tender los puentes para que en la vida práctica no sólo se comprenda este nuevo discurso, sino también se generen las condiciones para vivirlo en la práctica cotidiana.

Es decir, desde una actitud reflexiva pero igual pragmática, es urgente que comprendamos lo que como metáfora o condición de vida, suponen expresiones como: trabajo colaborativo o en red, comunidad de aprendizaje, comunidades o redes cognitivas, pues desde el punto de vista no sólo de la administración educativa sino también desde una epistemología del conocimiento, hace falta diseñar un programa de gestión eficaz que no sólo se conduzca por intereses individuales sino que también coloque en los horizontes de comprensión metas del orden común e institucional.

Dicho esto, consideramos razonable establecer una ponderación: históricamente hemos habitado y convivido en un espacio académico construido desde una lógica laboral que funcionó en un momento de nuestra historia, no obstante parece a algunos colegas les cuesta trabajo reconocer que es posible comenzar a pensar en un proyecto de desarrollo centrado en lo académico, lo que trae como consecuencia la ausencia de una sensibilidad para despojarse de una investidura emotiva, política o ideológica. Es decir, creo no queremos abandonar las certezas que han cobijado nuestra labor docente como para atrevernos a preguntar si estamos dispuestos a desandar los caminos para resignificar nuestras propias incertidumbres y apostar por otro tipo de agendas, por un modelo de gestión que facilite el diseño de una programa de desarrollo estratégico centrado en una colaboración responsable, viable y pertinente.

En esta tesitura, vivir una ruptura epistemológica sería lo más conveniente, pues esto permitiría cruzar los umbrales del pensamiento lineal para colocarse frente a una nueva razonabilidad que permita desdibujar las doxas, los imaginarios laborales lo mismo que ciertas concepciones académicas que suelen inhibir la oxigenación, la renovación o la reinvención de los estilos del ser y pensar académico.

Sin duda no es fácil y menos cuando nos negamos a acercarnos a los nuevos discursos de las ciencias sociales y en la práctica seguimos confiando en las certezas que definieron un mundo que ya no es. Y menos en el ámbito de una educación que demanda nuevos sujetos reflexivos, pero también prácticos, para comenzar a vivir las nuevas realidades educativos como docentes que hemos comprendido el tipo de protagonismo gestión y colaborativos que demandan las dinámicas contradictorias en un mundo neoliberal, pero donde la educación promueve otro mundo posible. Es decir, se hace urgente sumar a las experiencias socio-afectivas docentes, relaciones propias de una comunidad que aprende también de una conciencia cooperativa responsable.